Muchos pacientes con ansiedad se sorprenden de que ésta recrudezca durante los festivos y las vacaciones, cuando, en teoría, deberían estar más relajados. Sin embargo, como en todo proceso de origen inconsciente, en esto también hay una lógica.
Un festivo supone un cambio en la rutina, habitualmente estructurada en torno a las obligaciones. Este “vacío” puede resultar angustiante, al afectar aspectos como la relación con el placer o la libertad de elección.
Es muy habitual que el disfrute se viva como una falta, que suele aparecer en la consulta como la culpa por “no ser productivos”. Esto no resulta sorprendente, en una sociedad cada vez más orientada a la producción, la uniformidad y el consumo.
La perspectiva/fantasía de un “tiempo para uno” en el que poder hacer “todo lo que se quiera” toca al deseo, no siempre cómodo. Elegir puede ser conflictivo, cuando no doloroso, porque supone asumir riesgos, dejar de lado opciones, hacernos cargo de las consecuencias y, en última instancia, diferenciarse.
Por otra parte, como en otros ámbitos, las idealizaciones, a veces socialmente compartidas, también pueden jugar malas pasadas. Entre la obligación de “aprovechar” el tiempo libre, otra versión de la productividad, y la de “ser felices” maníacamente, muchos se angustian y acaban bloqueados ante una pantalla, consumiendo. Evitan así confrontarse con la vida que tienen, la que deberían tener, la que podrían tener, la que desearían tener…
El análisis permite descubrir y trabajar éstos y otros mecanismos para acabar descubriendo, quizás, que a fin de cuentas la ansiedad tenía algo que decirnos.