Estrés: síntomas y tratamiento

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Aunque a veces subestimado, el estrés está muy presente en el decir cotidiano. Los trastornos que a menudo ocasiona dan cuenta de la profunda relación entre lo psíquico y lo físico. 
¿Qué es el estrés?
El estrés se refiere al estado de tensión física y psíquica debida a la percepción de determinadas exigencias, desafíos o amenazas de nuestro entorno. Los seres vivos estamos continuamente expuestos a situaciones de estrés, por el simple hecho de que nuestro medio y nosotros mismos estamos en constante cambio. Aunque habitualmente la connotación del término es negativa, un cierto grado de estrés es necesario y beneficioso, y nos referimos a éste como eustrés.
Cenizas, Edvard Munch, 1894
Es la tensión que experimentamos ante situaciones que suponen un reto para nuestro psiquismo o nuestro organismo, pero que percibimos como manejables. Aventurarnos a un cambio de trabajo deseado, independizarnos de nuestros padres, iniciar una carrera universitaria, o competir en una maratón, pueden suponer situaciones de estrés positivo que propenden a nuestro desarrollo y maduración.
La vertiente negativa del estrés recibe el nombre de distrés y es probablemente la más popular. Se refiere al estado de tensión mental o física derivada de situaciones percibidas como insuperables o de difícil manejo. La insatisfacción laboral, la conflictividad en las relaciones familiares o las dificultades económicas pueden ser desencadenantes de estrés negativo y, cuando éste se prolonga en el tiempo, puede dar lugar a diferentes trastornos que involucran la mayoría de los órganos y sistemas, así como al agotamiento de nuestros recursos psicológicos. El estrés es uno de los mecanismos que mejor cuenta da de la imbricación entre lo anímico y lo orgánico, ya que si bien actúa en el cuerpo a través de circuitos bioquímicos, la percepción de amenaza o desafío que lo activa se basa en el modo personal en que cada uno interpreta su entorno y sus propias capacidades. 
Cuando el estrés se prolonga en el tiempo, puede dar lugar a diferentes trastornos que involucran la mayoría de los órganos y sistemas, así como al agotamiento de nuestros recursos psicológicos.
Mecanismos fisiológicos del estrés
El estrés es fundamental en la evolución de la vida, ya que está en la base de las reacciones de defensa y huida ante el peligro, básicas para la supervivencia. Cuando nos sentimos amenazados o en peligro, se activa un mecanismo hormonal que involucra el hipotálamo, la hipófisis y finalmente las glándulas suprarrenales, que segregan glucocorticoides como el cortisol, y otro que involucra el sistema vegetativo, que segrega adrenalina y noradrenalina. Estas hormonas aumentan la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la capacidad respiratoria, llevan más sangre al corazón, cerebro y músculos, dilatan las pupilas y aumentan los linfocitos y la coagulación, aumentan el nivel de tiroxina y el metabolismo energético y reducen la producción de hormonas sexuales como estrógenos y testosterona. A nivel cognitivo, aumentan la capacidad ideativa, de concentración y de respuesta. En la naturaleza, los organismos están así biológicamente preparados para el ataque, la huida o la defensa, y cuando la causa del estrés desaparece, los valores hormonales vuelven a la normalidad y se restablece el equilibrio.
Trastornos asociados al estrés
Si una situación estresante se perpetúa, se produce un estado de agotamiento que conduce a variados trastornos psicosomáticos. El estrés crónico causa cuadros de ansiedad, nerviosismo, irritabilidad, trastornos del sueño y la libido, condiciones que suelen afectar el vínculo con el entorno y la satisfacción que proporcionan las experiencias. 
La sensación de impotencia afecta la percepción de sí y la autoestima. Cuando el estrés se debe a situaciones que suponen un riesgo para la propia vida o la de seres queridos, es frecuente la aparición del trastorno de estrés agudo, que de no se resolverse, deriva en un trastorno de estrés postraumático.
Debido a la variedad de sistemas implicados en la reacción de estrés mencionadas anteriormente, la psicosomática del estrés abarca dolores musculares, contracturas, tics, cuadros gástricos, como ardor estomacal, vómitos, cólicos, diarrea, colitis ulcerosa, cuadros de fatiga, hipertensión, dolor precordial, opresión torácica, trastornos de la sexualidad como impotencia o frigidez, amenorrea, cuadros respiratorios como falta de aire, tos nerviosa, hiperventilación, etc. 
Cuando el estrés no se trata en su origen, sus manifestaciones suelen dar lugar al consumo de medicamentos, prescritos o automedicados, que realimentan el problema, ya que al menos temporalmente dan la engañosa sensación de poder soportar la tensión.
Por otra parte, el estrés puede estar también asociado al desarrollo de conductas compulsivas que inducen al consumo de sustancias, en un intento ilusorio de lidiar con la ansiedad o de evadirse de las exigencias de la realidad.
Autorretrato con cigarrillo, Edvard Munch, 1895
Cuando el estrés se debe a situaciones que suponen un riesgo para la propia vida o la de seres queridos, es frecuente la aparición del trastorno de estrés agudo, que de no se resolverse, deriva en un trastorno de estrés postraumático.
El trastorno de estrés agudo 
Este cuadro se presenta en pacientes que han sufrido determinadas experiencias que han puesto en riesgo su vida de manera generalmente repentina o violenta, o que las han presenciado de modo directo en otros. Dichas experiencias pueden calificarse de traumáticas, ya que el psiquismo no puede asimilarlas al momento de vivirlas, por lo que habitualmente retornan en forma de recuerdos angustiosos, pesadillas o reacciones fisiológicas que se imponen al paciente contra su voluntad.  Estos síntomas se acompañan de un estado de ansiedad que puede dar lugar a ataques de pánico, permanente alerta, sobresaltos, irritabilidad y consecuentes problemas con el sueño, la concentración y la memoria. 

Frecuentemente el paciente intenta evitar todo aquello que lo remita al suceso vivido, como regresar al lugar donde se produjo, informarse de los hechos, o relacionarse con personas relacionadas. Su ánimo se vuelve pesimista y pueden llegar a producirse alteraciones de la realidad y despersonalización. En ocasiones también hay amnesias de diversos aspectos del suceso. Como es de suponer, su cotidiano en lo familiar, laboral y social a menudo se ve afectado. El trastorno de estrés agudo, cuando se presenta, lo hace poco después del acontecimiento, y sus síntomas pueden extenderse hasta alrededor de un mes después del mismo. Luego cede, en particular cuando el paciente encuentra un entorno de contención y apoyo que le permita elaborar lo vivido. Sin embargo, cuando no lo hace, puede progresar hacia el cuadro conocido como trastorno de estrés postraumático. 

El trastorno de estrés agudo se da típicamente en catástrofes, desastres naturales, accidentes, agresiones violentas, guerras y en todos aquellos acontecimientos que suponen un peligro súbito de muerte. No obstante, el psicoanálisis entiende que la cualidad de traumático es altamente subjetiva, por lo que el diagnóstico no debe perder nunca de vista la singularidad de cada paciente, dado que lo traumático no es el suceso en sí mismo, sino la interpretación que del suceso haya hecho el paciente. En cualquier caso, el acompañamiento de un entorno contenedor y la posibilidad de hablar de lo vivido sin presiones, sino sólo en tanto el paciente lo desee, son elementos relevantes a la hora de superar este trastorno.
El trastorno de estrés postraumático
El trastorno de estrés postraumático se presenta en personas que se vieron expuestas, amenazadas o que presenciaron sucesos traumáticos en los que existió peligro vital, aislados o repetidos en el tiempo. Es un trastorno frecuente, por ejemplo, en ex-combatientes, en víctimas de abusos, de catástrofes naturales, y lamentablemente, a partir de la Covid, en miembros del personal sanitario. Se presenta cuando un trastorno de estrés agudo (del que ya se habló en otro artículo) no se resuelve sino que se cronifica, aunque también puede aparecer espontáneamente meses después de vivida la experiencia traumatizante, es decir, sin mediar la forma aguda. Los síntomas se refieren a la vivencia de retorno de la experiencia traumática y a los mecanismos conscientes e inconscientes que se implementan para ponerse a resguardo de aquella. 
                                                    El caminante nocturno, Edvard Munch, 1922-23
Las personas que experimentan un trastorno de estrés postraumático se ven asaltadas por recuerdos angustiosos del trauma vivido, ya sea en estado de vigilia o bien en pesadillas recurrentes, y al hacerlo pueden reaccionar como si se encontraran nuevamente en la escena (reacción disociativa). También experimentan angustia ante situaciones o vivencias que evocan el traumatismo de algún modo; por ejemplo, quien sufrió un accidente grave ante la sirena de una ambulancia. Aparecen entonces diferentes mecanismos de defensa, que son fallidos porque, o bien no impiden que la angustia se presente, o bien suponen un alto costo para la calidad de vida de la persona. 
El distanciamiento emocional, el desapego afectivo, el aislamiento social, incluso la amnesia del suceso, se acompañan de una actitud de alerta permanente, tonalidad negativa del ánimo, irritabilidad y en casos más graves, pensamientos autodestructivos que pueden dar lugar a ideas o intentos de suicidio. Este cuadro se acompaña de trastornos del sueño, de la concentración, de la memoria y repercute en la calidad de las relaciones a todos los niveles. Además, como toda situación de estrés sostenida en el tiempo, supone un importante desgaste orgánico, por lo que al imprescindible tratamiento psicológico se agrega en ocasiones el farmacológico. Dado que este trastorno se instala muchas veces como una prolongación del estrés agudo y que la significación traumática de determinadas experiencias es absolutamente personal, es importante saber reconocer la necesidad de consulta psicológica en cada caso particular.
El enfoque psicoanalítico
La mayoría de las veces, los pacientes consultan por las manifestaciones del estrés más que por el estrés mismo, que pasa inadvertido o es subestimado en su relato. De hecho, la ansiedad que a menudo trae al paciente a consulta, frecuentemente tiene que ver con su modo de afrontar las situaciones estresantes cotidianas. En estos casos, la respuesta a las exigencias laborales, familiares o sociales que deterioran la calidad de vida adulta del paciente pueden rastrearse a lo largo de su historia, y descubrimos así que ya se sentía sobreexigido por las relaciones de pares en la adolescencia o por las obligaciones escolares en la infancia, y que ya entonces había signos de ansiedad. 

En otros casos, hay una tendencia a subestimar el papel del estrés en los motivos de consulta. Es bastante común que pacientes que acuden por dificultades para dormir o por trastornos de la libido como impotencia sexual o anorgasmia, no los conecten con su manera personal de dar respuesta a las demandas del entorno. Y cuando sí lo hacen, se da al estrés por hecho, asumiendo que es una parte ineludible de la vida moderna. Sin embargo, la respuesta a las exigencias es totalmente personal, unas personas se agobian donde otras se motivan. 
Por esto el psicoanálisis interroga el modo particular de cada paciente de sentirse demandado por las exigencias de la vida, el significado que le da a dichas exigencias, su posibilidad de cuestionar identificaciones, ideales e imperativos sociales y familiares, o bien el porqué de su sumisión a ellos. Lejos de proponer la adaptación ciega a las demandas, el psicoanálisis plantea el cuestionamiento de las servidumbres inconscientes y la realización en la propia singularidad. 
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